Durante tres siglos, desde la Conquista en el siglo XVI, hasta la Independencia en Hispanoamérica a principios del siglo XIX, la población blanca de origen europeo monopolizó el poder y la riqueza e impuso sus formas culturales en América, en un territorio que abarcaba desde la parte media de lo que es actualmente Estados Unidos, hasta la parte sur del continente. Cuando los españoles llegaron a América impusieron tres elementos: la lengua española, la religión católica y leyes e instituciones de origen español. A pesar de lo anterior, los indígenas preservaron sus lenguas y sus costumbres, o bien elaboraron otras nuevas.
Los colonos españoles que arribaron a América procedían de distintas regiones: Extremadura, Andalucia, Castilla, el País Vasco, Asturias y Galicia. La población africana esclava, introducida para compensar la elevada mortandad indígena, procedía de distintas regiones de África, sobre todo del Congo y Angola. Al llegar estos grupos a América se encontraron con pueblos diversos: mexicas, mayas, caribes, chibchas, incas, quechuas, etcétera. De este modo, a las mezclas que ya habían ocurrido entre los americanos desde el poblamiento del continente se sumaron otras nuevas como resultado de la Conquista, la colonización y la esclavización europeas.
Lo anterior significa que en Hispanoamérica ocurrió un gran proceso de mestizaje, es decir, de vastos intercambios biológicos y culturales entre los grupos raciales que formaban la sociedad. Este fenómeno no fue exclusivo del continente americano, pues, como se ha visto antes, desde las primeras emigraciones las mezclas biológicas y el intercambio de ideas y productos ha constituido un proceso continuo en el mundo.
Aunque conservaron la creencia de que la mayor belleza y superioridad la poseía la ''raza blanca'', los españoles y portugueses se unieron con las mujeres indígenas y negras, a diferencia de los ingleses y franceses que conquistaron América del Norte. Los españoles nacidos en la península Ibérica fueron llamados en América con menosprecio gachupines o peninsulares. Sus hijos, los ''españoles americanos'' o criollos reprodujeron sus conductas: se rodearon de privilegios, de una numerosa servidumbre, de nutridos hatos de ganado y grandes extensiones de tierra; se negaron a realizar trabajos manuales, y exigieron una parte del tributo indígena y la posibilidad de ocupar cargos públicos y aspirar a títulos nobiliaros (de la nobleza). Por otra parte, los criollos se distinguieron por defender su lugar de nacimiento y exaltar la naturaleza americana.
Los mestizos, llamados así por los españoles para indicar la presencia de un antepasado indio en el árbol genealógico y distinguirlos de los blancos, buscaron ocupar las mismas posiciones de privilegio y, en buena medida, intentaron reproducir las conductas de los peninsulares y los criollos, sobre todo en cuanto a oprimir y explotar la población indígena.
La atención puesta en los distintos grados de mezcla entre comunidades de distinta procedencia produjo una tipificación en castas. Por ejemplo, la mezcla de español y mestiza daba algún lugar al castizo; la de mulata y español, al morisco; la de blanco y negra, al mulato; el hijo de mulatos era el cholo, etcétera...
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